jueves, 16 de julio de 2009

El que se da, crece


Padre Alberto Hurtado
HAY UNA MANERA CRISTIANA DE TRABAJAR
Reflexión personal, noviembre de 1947


Comienza por darte. El que se da, crece. Pero no hay que darse a cualquiera, ni por cualquier motivo, sino a lo que vale verdaderamente la pena: Al pobre en la desgracia, a esa población en la miseria, a la clase explotada, a la verdad, a la justicia, a la ascensión de la humanidad, a toda causa grande, al bien común de su nación, de su grupo, de toda la humanidad; a Cristo, que recapitula estas causas en sí mismo, que las contiene, que las purifica, que las eleva; a la Iglesia, mensajera de la luz, dadora de vida, libertadora; a Dios, a Dios en plenitud, sin reserva, porque es el bien supremo de la persona, y el supremo Bien Común. Cada vez que me doy así, sacrificando de lo mío, olvidándome de mí, yo adquiero más valor, un ser más pleno.

Mirar en grande, querer en grande, pensar en grande, realizar en grande. Al comenzar un trabajo, hay que prepararlo pacientemente. La improvisación es normalmente desastrosa. Amar la obra bien hecha, y para ella poner todo el tiempo que se necesite.

Pensar y volver a pensar. En cada cosa, adquirir el sentido de lo que es esencial. No hay tiempo sino para eso. Foch decía: «Cuando un hombre de cualidades medianas concentra sus energías en un único fin, debe alcanzarlo». La vida es demasiado corta, para perder el tiempo en intrigas. Muchos buscan no la verdad, ni el bien, sino el éxito.

Con frecuencia se enseña a los hombres a no hacer, a no comprometerse, a no aventurarse. Es precisamente al revés de la vida. Cada uno dispone sólo de un cierto potencial de combate. No despreciarlo en escaramuzas.

Hay que embarcarse: No se sabe qué barcos encontraré en el camino, qué tempestades ocurrirán... Una vez tomadas las precauciones, ¡embarcarse! Amar el combate, considerarlo como normal. No extrañarse, aceptarlo, mostrarse valiente, no perder el dominio de sí; jamás faltar a la verdad y a la justicia. Las armas del cristianismo no son las armas del mundo. Amar el combate, no por sí mismo, sino por amor del bien, por amor de los hermanos que hay que librar.

Hay que perseverar. Muchos quedan gastados después de las primeras batallas. Saber que las ideas caminan lentamente. Muchos se imaginan que, porque han encontrado alguna verdad, eso va a arrebatar los espíritus. Se irritan con los retardos, con las resistencias. Estas resistencias son normales: provienen de la apatía, o de la diferente cultura, o del ambiente. Cada uno parte de lo que es, de lo que ha recibido.

No espantarse ni irritarse de la oposición, ella es normal y, con frecuencia, es justa. Más bien alegrémonos que se nos resista y que se nos discuta. Así nuestra misión penetra más profundamente, se rectifica y anima.

Me dirán: «Su obra está en crisis». Pero, amigo, una obra que marcha, tiene siempre cosas que no marchan. Una obra que vive está siempre en crisis.

Permanecer puro, ser duro, buscar únicamente la verdad, el bien, la justicia. Ser simple, y empeñarse en permanecer simple. Creer todavía en el ideal, en la justicia, en la verdad, en el bien, en que hay bondad en los corazones humanos. Creer en los medios pobres. Librar con buena fe batalla contra los poderosos. No buscar engañar, ni aceptar medios que corrompan.

Cuando el obstáculo es la oposición de los hombres, la mejor táctica, con frecuencia, es continuar su camino, sin cuidarse de esta oposición. Se pierde un tiempo precioso en polémicas, cuando sólo cuenta la construcción. Si la oposición viene de los hombres de buena voluntad, de los «santos», de los superiores, verificar mi orientación y si estoy marchando con la Iglesia.

Acuérdate: «se va lejos, después que se está fatigado». La gran ascética es no ponerse a recoger flores en el camino. El sufrimiento, la cruz es sobre todo permanecer en el combate que se ha comenzado a librar. Esto es lo que más configura con Cristo.

Hay quienes quieren desarrollarse pero sin dolor. No han comprendido aún lo que es crecer... Quieren desarrollarse por el canto, por el estudio, por el placer, y no por el hambre, la angustia, el fracaso y el duro esfuerzo de cada día, ni por la impotencia aceptada, que nos enseña a unirnos al poder de Dios; ni por el abandono de los propios planes, que nos hace encontrar los planes de Dios. El dolor es bienhechor porque me enseña mis limitaciones, me purifica, me hace extenderme en la cruz de Cristo, me obliga a volverme a Dios.

En un grupo realista de apóstoles, frases como estas se oyen frecuentemente: «Después de un peñascazo, otro...». 90% de fracaso, ¡¡alegrarse, a pesar de todo!! Comenzar por acusarte a ti mismo. El fracaso construye. Alegría, paz, viva la pepa... y viva, ¡y siempre viva! Así es la vida... ¡¡¡y la vida es bella!!! No armar alharaca. No gritar. No indignarse. No irritarse. No dejar de reírse, y dar ánimo a los demás. Continuar siempre. No se hace nada en un mes: Al cabo de diez años es enorme lo hecho. Cada gota cuenta.

Darme sin contar, sin trampear, en plenitud, a Dios y a mis hermanos, y Dios me tomará bajo su protección. Él me tomará y pasaré ileso en medio de innumerables dificultades. Él me conducirá a su trabajo, al que cuenta. Él se encargará de pulirme, de perfeccionarme y me pondrá en contacto con los que lo buscan y a los cuales Él mismo anima. Cuando Él toma a uno, no lo suelta fácilmente.

Para este optimismo, nada como la visión de fe. La fe es una luz que invade. Mientras más se vive, mayor es su luz. Ella todo lo penetra y hace que todo lo veamos en función de lo esencial, de lo intemporal. El que la sigue, jamás marcha en tinieblas. Tiene solución a todos los problemas, y gracias a ella, en medio del combate, cuando ya no se puede más por la presión, como el corcho de la botella de champaña salta, se escapa hacia lo alto, se une a Cristo y en Él halla la paz. La fe nos hace ver que cada gota cuenta, que el bien es contagioso, que la verdad triunfa.